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III. Investigación
En materia de Investigación hay varios asuntos que informan. Debemos, además, definir la forma en que los planteamos. No ignoro que algunos de estos asuntos son actualmente polémicos. Sobre ellos expresé el criterio de la Rectoría en el Congreso que efectuamos en noviembre, pero es preciso recordar los perfiles fundamentales.
El primero de ellos es un amplio y pleno reconocimiento a la actividad de investigación que realizan los maestros de la Universidad.
Hay un genuino reconocimiento al enorme avance que la Unidad ha conseguido, al hecho de que los proyectos de investigación hayan podido avanzar y de que a pesar de las carencias, problemas y deficiencias, en esta Unidad haya una gran capacidad en los investigadores, que nos compromete más.
Una primera apreciación general de nuestro desarrollo en este campo es el hecho de que durante 1987, nuestra Unidad pasara a ocupar, por el número de sus proyectos de investigación en marcha, en el contexto de la UAM, el primer sitio, con 387 proyectos, la cifra más alta a lo largo de su historia (Gráfica 20). Las investigaciones concluidas también mostraron un significativo incremento (Gráfica 21).
Tenemos el doble interés por conseguir que quienes investigan en nuestra Universidad sean conocidos y por conocer lo que hacen; por saber cuál es la orientación de la producción intelectual de nuestra Universidad y cómo se ubica en función de lo que los demás investigan.
Por otra parte, hemos puesto empeño en que la Universidad haga un reconocimiento en otro sentido: que publique el avance que sus investigadores alcanzan en su trabajo y aplauda el mérito que entraña para cumplir finalidades de conocimiento y de divulgación, de recuento y evaluación.
Al respecto resulta pertinente señalar que de 1974 a 1987 la Unidad Xochimilco publicó 138 resultados de investigación, lo que representa alrededor de la cuarta parte de los 540 proyectos emprendidos hasta hoy.
Del total anterior, sabemos que en 13 años de vida de la Universidad nuestros investigadores han trabajado en 205 proyectos que se han llevado a efecto en convenio con otras instituciones.
La UAM ocupa el tercer lugar en cuanto a número de investigadores se refiere, entre las instituciones presentes en el Sistema Nacional de Investigadores, después de la UNAM que cuenta con 1,057 y del Centro de Investigación y Estudios Avanzados del IPN, donde hay 192. Sin embargo, de los 165 investigadores nacionales de la UAM, solamente 18 -aproximadamente el 11 por ciento- corresponden a la Unidad Xochimilco (Cuadros 6 y 7).
Considerando las investigaciones en proceso registradas en 1984 en CONACYT, la UNAM encabezaba la lista, con 2,308 proyectos. Le seguía el IPN, con 980, y a continuación aparecía la UAM, con 649 proyectos, de los cuales nuestra Unidad realizaba el 34 por ciento, es decir, 223.
La proporción de investigaciones que se realiza en relación con el personal académico de las instituciones es así: En la UNAM tenían 0.133 investigaciones por profesor. En el IPN la relación fue de 0.161 y en la UAM de 0.198. Particularmente, en nuestra Unidad fue de 0.16, una proporción similar a la del Politécnico y superior a la de la UNAM.
Hay problemas en relación con el SNI porque no nos parece satisfactoria su política respecto de nuestra Unidad. Y hay una polémica fuerte sobre la forma de plantear y afrontar estas diferencias.
Al respecto, mi opinión es que habría que acercarse al SNI, pedir que se nos expliquen sus criterios; solicitar más información; ver cómo estamos apoyando a nuestros investigadores para que estén en mejores condiciones de incorporarse al SNI.
Habría que ver si existe alguna limitación expresa o no que haya que remover para tener mayor acceso o para que podamos colaborar a que el SNI amplie sus criterios, sea más flexible y corresponda más con la concepción que nosotros tenemos de la investigación y de los mecanismos de apoyo con que ésta debe contar.
Todo eso hay que hacerlo y no hay duda que es una tarea que debemos emprender, pero habría que emprenderla avanzando sobre lo hecho.
Reconozcamos, desde la perspectiva de los últimos decenios, que es mejor tener SNI que no tenerlo. Es un espacio de acreditación, de apoyo al trabajo científico, de estímulo a los que producen en el campo de la ciencia, de posibilidad de difusión, ampliación y fortalecimiento a los trabajadores de la ciencia.
El SNI puede ser mejor de lo que actualmente es. Tenemos que hacer el esfuerzo por mejorarlo, por abrirlo, por cuestionar aquellas cosas con las que no estamos de acuerdo. Es una obligación de la Universidad hacerlo.
Mi propuesta es que lo hagamos en términos de respeto al Sistema que hay, de aportación de criterios y señalamiento de caminos que tiendan a mejorarlo. Esta posición es perfectamente compatible con la defensa redoblada de las posiciones y las razones por las cuales creemos que se debiera orientar en otro sentido. Pero en términos constructivos, de avance, de ampliación de espacios, no simplemente de enfrentamiento estéril.
En vez de clausurarlos, aprovechemos los espacios que hay y abrámoslos aún más. No seamos los primeros en cerrarlos pocos con que se cuenta.
La tarea de investigación en este momento -y ante la situación de crisis generalizada en que se duda y se pone en entredicho todo-, tiene mayor importancia. Se siente que se agota el modelo del país, que no hay salidas, en medio de posiciones diametralmente opuestas. Unos suponen que la salida está en la orientación hacia fuera, en la exportación de productos, la inversión extranjera y la total liberalización de la economía; otros consideran que es el momento de que se cierren las fronteras, se tome el control de todos los medios de producción y se centre el desarrollo en las fuerzas, los mercados y la capacidad propios.
A mi modo de ver, las función de la Universidad no se puede limitar a ese nivel general, de dar recetas, como forma fácil de tomar posición y decir cuál es el camino que debemos seguir, aunque no está de ninguna manera fuera de las posibilidades de la Universidad participar en la discusión política, donde puede aportar mucho, la posición de la Universidad debería ir mucho más a fondo y ser precisa en temas concretos, con mayor profundidad y detalle, como producto del trabajo verdaderamente universitario.
¿Qué hacer en el desarrollo tecnológico?, ¿cómo generar empleo en el campo?, ¿cómo producir satisfactores primarios para la población mayoritaria?, ¿cómo mejorarlos índices de salud y de bienestar? En esos ámbitos es donde hay mucho qué hacer y qué discutir, muchos espacios por abrir.
Solamente la investigación científica, profunda y seria puede dar elementos, inclusive, para fortalecer la discusión política a nivel nacional. En ese ámbito hay un tema igualmente polémico que toca a las relaciones entre Universidad y Estado y Universidad y Gobierno. La discusión es importante en las dos dimensiones.
El papel de la investigación universitaria es de avanzada, como actividad responsable de abrir posibilidades de desarrollo, de señalar rumbos e identificar caminos que permitan consolidar la evolución del país.
Los universitarios hemos asumido una posición crítica, de protesta por la falta de apoyo del gobierno para las actividades universitarias y de exigencia de mayores recursos. Esta posición es legitima mientras subsistan las carencias para evitar que ese espacio se deteriore y limité aún más, pero la mejor forma de evitar que se deteriore y que se limite es usarlo. Y usarlo quiere decir producir conocimiento, avanzar en la ciencia, generar investigación, trabajar a pesar de las limitaciones de recursos.
Restringir o dosificar el esfuerzo o la capacidad con el argumento de que se carece de apoyo económico suficiente es adoptar una posición mercenaria e ignorar el compromiso fundamental que el científico y el universitario tienen con ellos mismo y con el avance del conocimiento.
Insisto: cumplir este papel no implica deponer posiciones o renunciar a señalar las limitaciones, o dejar de insistir por todos los medios y con todas las fuerzas para que esos recursos se amplien, pero por ningún motivo se puede dejar de utilizar los espacios, sobre todo si estamos reconociendo que tales espacios tienden a cerrarse (Gráficas 22 y 23 y cuadro 8).
Plantear estas preocupaciones no significa suponer que en la Unidad no estemos haciendo la investigación que nos corresponde. No es intención del rector buscar que los investigadores se sientan juzgados o maltratados; de lo que aquí se trata es que cada uno de nosotros se sienta parte de un esfuerzo y se comprometa a avanzar más, incluso, poniendo como desafío a ese trabajo y a ese compromiso, el no contar con los recursos suficientes.
Si estuviéramos en una empresa privada o en una dependencia comercial cuyos fines fueran el lucro, me sentiría sin derecho a pedir un esfuerzo de esta naturaleza, pero en una universidad pública todos sus integrantes debemos ejercer el derecho de pedir -y en ocasiones, exigir- un esfuerzo adicional, porque no beneficia a un tercero; beneficia a la propia Universidad y, en última instancia, si hay un tercero beneficiario es la población que requiere apoyo. Me refiero a la población marginada, que no tiene recursos ni acceso suficiente a los satisfactores. Es a esa población a la que nuestro esfuerzo puede y debe beneficiar.
Esta casa de estudios no es la empresa que algunos quieren imaginar. Aquí la autoridad no obtiene beneficios personales si los trabajadores producen más. Quienes se benefician con lo que aquí se produce son los propios trabajadores y la población mencionada.
Las autoridades estamos obligadas a realizar un esfuerzo adicional para fortalecer y ampliar la difusión y el apoyo al trabajo científico de la Universidad, pero son los investigadores quienes producen. Sin ellos no hay ciencia, no hay técnica ni hay Universidad.
Es preciso correr el riesgo de que este planteamiento sea interpretado como el discurso de la autoridad autocrática que pretende explotar aún más a los trabajadores universitarios y que se escuda en las necesidades populares para esconder sus posiciones y exigir más de quienes más dan y sufren las injusticias del sistema.
Dentro del análisis de la relación Universidad-Gobierno, no podemos identificar la posición del gobierno como la del adversario que está en contra de los intereses de la Universidad y que representa todo aquello que se opone a lo que la Universidad quiere.
Plantear las cosas en estos términos es un error estratégico y táctico fundamental. El Gobierno, ante la tendencia decreciente denunciada con amplitud, ha hecho un esfuerzo en respuesta al clamor señalado y de alguna manera está encontrando el camino para revertir la tendencia, aunque sea lentamente. No olvidemos que la Universidad sigue viviendo ciento por ciento el apoyo y de los recursos, la infraestructura y las instalaciones proporcionadas por el Gobierno.
No estamos en los conos sur de América y Africa. El Gobierno no está cerrando las universidades, estamos muy lejos de eso. Y tenemos la obligación de aprovechar y ampliar el espacio de que disponemos. Para ello es indispensable que la gente con las posiciones más avanzadas produzca los mayores adelantos en la ciencia en México, los que pueden tener efectos reales en el desarrollo del país.
Algo evidente que todos los días enfrentamos es la desvinculación del discurso respecto de la práctica. Sabemos que el enfoque de Xochimilco implica trabajo interdisciplinario, no como moda, no como forma tecnocrática de efectuar los quehaceres profesionales, sino precisamente como concepción universitaria; como concepción ideológica, filosófica del desarrollo en términos de mutua determinación de los problemas. Significa reconocer que no hay problemas que se puedan reducir exclusivamente al manejo de una técnica específica o de la concepción de un sólo campo de la ciencia, lo que no quiere decir que los problemas se ubiquen en una dimensión general, de grandes apreciaciones.
El problema está en encontrar cómo, en el trabajo científico de todos los días, los distintos conceptos y elementos se combinan para avanzar en campos concretos.
Todavía la mayoría de los proyectos de investigación en marcha en las áreas departamentales siguen siendo proyectos particulares, específicos, y en el mejor de los casos, cuando se trata de proyectos que trascienden con una visión plural o más amplia de la problemática, son proyectos que pretenden resolverse al interior de un área o de un departamento, pero que no consideran la posibilidad de trabajo intereáreas, interdepartamentos o interdivisiones.
Es frecuente ver que los requerimientos de una investigación pueden ser resueltos por especialistas de alto nivel que hay en las otras divisiones y que simplemente no encontramos el camino para que se puedan potenciar esos recursos. Ya sea porque la programación de los tiempos es muy rígida, ya porque hay celos entre distintas instancias o porque no hay coincidencias ideológicas entre los grupos que pueden apoyar un trabajo de investigación, pero el hecho es que a pesar que tenemos el potencial en los departamentos, no se utiliza suficientemente y avanzamos menos de lo que podríamos hacerlo con los mismos recursos.
Como se ve, el de la investigación no es simplemente un problema económico que nos limita. Está en nuestras manos resolver esta insuficiencia. No es algo que tengamos que esperar a que de fuera nos digan cómo o nos den más elementos. Hay que resolver el problema económico, hay que generar más recursos; pero no vamos a poder avanzar si no resolvemos también otros aspectos al interior de la Universidad.
En materia de investigación propongo nuevamente que organicemos una discusión razonada, madura, que nos conduzca a definir con claridad la trascendencia social de nuestros proyectos, a aprovechar mejor nuestra propia capacidad y a comprometer en una forma más clara los recursos de esta Universidad, la capacidad, la experiencia y el compromiso de sus investigadores.