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II. Los treinta años de la UAM, un pasado que existe en el presente
Acometer una revisión de nuestra historia es, como lo he señalado ya, un esfuerzo por reconocer que lo realizado en el 2003 es producto de un pasado que se proyecta en el presente. Estas líneas no se reducen a un anecdotario de la historia de la UAM, sino que pretenden otorgarle a nuestro pasado un lugar en el presente. Creo que es pertinente subrayarlo, no sólo de cara a los 30 años que han transcurrido, sino mirando nuestro tiempo y al devenir en el contexto de una evaluación completa del último año de actividades de la Universidad y a modo de introducción necesaria. Se trata de un homenaje y un compromiso al mismo tiempo, del empeño por justipreciar a nuestros antecesores y de la voluntad para continuar sus pasos. Pero además, como la mejor manera de darle sentido a nuestra tradición desde las necesidades actuales, con el fin de orientar y definir nuestros pasos porvenir.
Conviene entonces, establecer un plano de distanciamiento histórico para identificar nuestra situación vigente como expresión de un proceso de configuración a largo plazo. En esta exposición, que me parece no sólo pertinente sino necesaria trataré de proceder con la máxima brevedad, convocando especialmente a la comunidad académica de la UAM a reflexionar sobre la vida de la Institución, reconociendo que no sólo se trata, aunque también, de la vida académica de cada uno de nosotros, sino de algo más allá de cada uno de nosotros como estudiantes, profesores- investigadores o administrativos. Se trata de algo que nos trasciende: la historia del México contemporáneo.
La Universidad es una institución histórica cuyo devenir es inseparable de la sociedad donde se inscribe. Es verdad que nuestra Casa abierta al tiempo pertenece a una larga tradición en la cultura de Occidente, como centro privilegiado del saber y referencia inequívoca del conocimiento científico y humanístico, pero su formación debe ser comprendida en un orden temporal concreto que obedece a sus propias peculiaridades. La existencia de la Universidad en México es relativamente reciente, comparada con sus homólogas europeas de los siglos medios. Sin embargo, su desarrollo ha sido decisivo en la historia del país, cobrando una significación estratégica vinculada con lo que será su futuro.
El momento fundacional de la UAM y sus primeros años se ubica en un período con identidad propia, estructuralmente diferenciado, que se extiende de 1968 a 1982, marcado al inicio por protestas y propuestas estudiantiles de reforma social, momento axial en el orden político mexicano, y al final por la exacerbación de una fuerte crisis económica. Período decisivo para la educación superior en México, durante el cual se crearon nuevas instituciones en el país, forzándose la capacidad de las instituciones existentes para atender una matrícula en notable crecimiento, que diversifica su oferta en grados y posgrados.
Así, los desafíos de la educación superior aumentaron. Fue evidente que la investigación científica en México era incipiente y los retos de formación profesional conciliaban aspectos cuantitativos y cualitativos; se consolidó la idea de que la educación era y sería una necesidad primordial para la sociedad en su conjunto y para cada individuo en particular, y debía, por tanto, enriquecer y multiplicar su progreso y bienestar, trascendiendo la función educativa hasta impactar a la sociedad en su conjunto. La Universidad debía pues, desempeñar el papel tradicional de formación de los futuros profesionistas y mucho más: realizar investigación innovadora, relevante para el desarrollo material, transferir los conocimientos científicos y técnicos a la industria, la gestión pública y los servicios. No sólo eso, además de ser un espacio simbólico privilegiado en que se conservaría y transformaría el cúmulo del saber científico y humanístico, la Universidad tendría que ser un centro para la cultura, la conservación y difusión de las manifestaciones del espíritu.
La Universidad Autónoma Metropolitana surgió en este contexto, primero en 1973 como ente jurídico y a partir de 1974 con el funcionamiento de las unidades académicas de Azcapotzalco, Iztapalapa y Xochimilco. Fue desde sus inicios una propuesta innovadora, original, atenta a las demandas de su tiempo y circunstancia, que encontró en el modelo departamental a su eje de organización académica. De ahí el sentido del lema institucional Casa abierta al tiempo, que nos sigue vertebrando como comunidad de diálogo.
Los problemas de mayor dimensión que amenazaron la viabilidad institucional se produjeron en la década siguiente a su fundación. Durante los años ochenta se sucedieron ciclos inflacionarios acompañados de una severa recesión económica y la consecuente astringencia de medios financieros para atender las necesidades de las instituciones públicas, disminuyendo sensiblemente los recursos destinados a la educación superior, arriesgándose con ello los logros obtenidos e intensificándose los rezagos en materia educativa. La crisis macroeconómica que estalló en 1982 impuso ajustes estructurales que transformaron las relaciones de México frente a los mercados mundiales y que redimensionaron el alcance y la cobertura del Estado en los ámbitos de los bienes y los servicios que tradicionalmente producía o proporcionaba; a grado tal que la inversión en educación se convirtió en gasto y, de modo paradójico, la responsabilidad pública se redujo a la aportación de un subsidio del gobierno federal.
Consecuencia de ello la Universidad Autónoma Metropolitana, como otras instituciones de educación superior, vio amenazada su viabilidad institucional. Nuestra Universidad controló primero y superó después semejante adversidad con una planeación clara en los propósitos y consistente en los medios para alcanzarlos. Con visión y sentido de responsabilidad, la UAM superó aquella crisis, asegurando su existencia histórica, su continuidad institucional; consolidando sus funciones sustantivas de docencia, investigación y preservación y difusión de la cultura.
Simultáneamente, mientras se reconocía la fortaleza de la UAM en la experiencia adquirida, en la seguridad y confianza de una administración racional, los retos ante la sociedad mexicana aumentaron durante la década de los años noventas, período que en la dimensión internacional podría ubicarse entre dos acontecimientos históricos definitivos: la caída del Muro de Berlín en 1989, marcando simbólicamente el fin de la Guerra Fría y el inicio de un nuevo orden mundial definido por el unilateralismo y la globalización; y el fin de dicha fase, el 11 de septiembre de 2001, con la reacción de los fundamentalismos periféricos, cuyas consecuencias no podemos todavía calcular pero que, sin duda, representan una crítica a la pretensión de un mundo uniforme y homogéneo.
Se inauguró entonces, una fase de cambios a profundidad y de complejidad creciente. En México, la última década fue el escenario de reformas económicas que transformaron la vida nacional; y que, por ello, generaron acontecimientos políticos de nuevo tipo en los extremos sur y norte del país, comenzando por el levantamiento del EZLN en Chiapas, y el asesinato de un candidato en campaña por la Presidencia de la República. Situaciones que pusieron en riesgo la estabilidad institucional, mostrando la debilidad de un sistema político incapaz de incluir en su proyecto de desarrollo a todos los sectores de la sociedad. El año de 1994 fue un anuncio de la necesidad de redefinir el funcionamiento del sistema político mexicano. Por si fuera poco, de nueva cuenta, se fracturó la economía mexicana, devastando al país, sus instituciones y proyectos, cancelando, o al menos postergando, las legítimas aspiraciones de bienestar, desarrollo y soberanía de nuestra sociedad. Sólo en los años siguientes se ha logrado atemperar sus efectos catastróficos, aprovechando en términos relativos el sorprendente ciclo de crecimiento de la economía de los Estados Unidos en el mismo periodo.
Esta lógica desintegradora ha impactado negativamente a nuestra sociedad. Las desigualdades y las distancias estructurales entre los mexicanos se han agudizado; el incremento de la pobreza y la distorsión en la distribución del ingreso, así lo demuestran. Los contrastes en la calidad de las oportunidades educativas, así como en los grados de habilitación de nuestra población en edad escolar y la práctica nulificación de la movilidad social generan, sobre todo en la juventud, desaliento e incertidumbre.
En este sentido, se presentan nuevos desafíos, propios de una sociedad cada vez más compleja que presenta una estructura laboral, más flexible, dinámica y competitiva, y donde una institución como la nuestra estará obligada a brindar respuestas innovadoras en la producción de conocimiento, la creación de tecnologías, la formación de profesionistas y la defensa y promoción de la identidad cultural de la Nación.
Estas tendencias de descomposición social, inestabilidad política y acinesia económica definen el contexto del año que se informa. En 2003 la economía mexicana tuvo un crecimiento mínimo, inferior al de años anteriores, percibiéndose una recesión continua, atenuada en los indicadores macroeconómicos por la baja inflación y las cuantiosas reservas internacionales que, empero, tiene su contrapartida en el aumento del desempleo. Tal comportamiento tiene efectos directos en la situación de la Universidad, en materia presupuestal desde luego, pero también en la urgencia de volver a pensar en qué consiste y cuáles son los cometidos de una institución de educación pública superior en las condiciones actuales.
Las dimensiones del problema exigen una reflexión colectiva, un debate abierto, crítico y plural sobre el sentido de las universidades y, de modo especial, de su vinculación con la sociedad. Tenemos que participar todos en la construcción de una estructura económica sólida, incluyente, capaz de aprovechar las potencialidades de México. En este contexto, el balance sobre la situación actual de la UAM y sus perspectivas institucionales debe comprender proyecciones para enfrentar presiones presupuestarias y de reorientación curricular, privilegiando nuestro proyecto académico, eje central de nuestra autonomía, tal como hemos hecho en las tres últimas décadas.
Vivimos tiempos en donde la desigualdad de oportunidades es resultado de una multitud de factores que es preciso atender de manera corresponsable entre el Estado, las instituciones educativas y la sociedad en su conjunto. Si bien la UAM inició como un proyecto innovador, incluso como modelo alternativo y, en más de un sentido, se ha consolidado, también habrá que admitir que no hemos encontrado aún las mejores estrategias para seguir atendiendo a una sociedad que ha cambiado radicalmente en los últimos años. Responder a estos desafíos es hoy determinante para participar activamente en la construcción del futuro.