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II. LA UNIVERSIDAD AUTONOMA METROPOLITANA EN LA COYUNTURA DE LA CRISIS.

Para el país la última década ha sido de crisis. Crisis que, ordenada desde lo económico, ha involucrado todos los ámbitos de la vida nacional. La profundidad y trascendencia de esta crisis, así como las transformaciones que ha provocado, no podrán ser evaluadas en su plena dimensión hasta dentro de algunos años, aunque son visibles ya algunos de sus efectos.

Para muchos de nuestros estudiantes, hablar de crisis es referir un fenómeno que ha acompañado más de la mitad de su vida; para ellos, ciertamente la crisis no es un momento de excepción en el desarrollo de México, más bien, parece ser parte de su condición natural de existencia. Para todos, de distintas maneras, la crisis y sus secuelas se han incorporado a nuestra forma de pensar y enfrentar la realidad. Indudablemente, las formas como priorizamos nuestros objetivos, las propias metas, tienen como referente las difíciles condiciones en que nos desenvolvemos.

En este marco, las actividades de la Universidad han adquirido una nueva dimensión, donde se han deteriorado muchos valores y se han transformado modelos que antes nos parecían sólidos e inconmovibles.

Es necesario revisar con cuidado estas transformaciones y elaborar el saldo de casi una década de crisis económica, pues ahí encontraremos muchos elementos útiles para orientar el quehacer universitario.

En principio, es importante reconocer que en los últimos cuatro años la Universidad encontró mecanismos para crecer en medio de la crisis. La Universidad ha sido capaz de enfrentar la crisis, crecer y seguir funcionando. Estos logros no son menores: reflejan la fuerza de la institución y la capacidad de sus órganos para guiarla.

Sin embargo, los costos de la crisis para nuestra institución han sido altísimos. Especialmente, se han visto sacrificados los salarios de los trabajadores de la universidad. Y aún más grave, es que este problema ha tenido un efecto diferencial sobre el conjunto de los trabajadores pues, en términos comparativos, los niveles de vida más castigados corresponden al personal académico y administrativo de mayor calificación. Ciertamente, el aspecto más preocupante se refiere al personal académico que ha visto estancadas sus posibilidades de desarrollo personal y profesional. En este punto, debemos reconocer que la Universidad todavía necesita organizar los mecanismos efectivos para promover y retener a su personal académico.

De este modo, la Universidad ha tenido la fuerza para tener continuidad institucional pero es necesario ampliar su capacidad para adaptarse a las nuevas necesidades de la comunidad universitaria y es fundamental encontrar medios adecuados para dar respuesta a las expectativas de desarrollo personal y profesional de una parte significativa del profesorado. De la misma manera, hacen falta mecanismos adecuados para colaborar eficientemente en la satisfacción de las crecientes necesidades del país.

La crisis económica se manifestó, en primer lugar, como una crisis financiera, resultado de la restricción que el gobierno impuso sobre el conjunto del gasto público. En tales condiciones, la Universidad sufrió un deterioro acelerado en su capacidad para operar las finanzas en el esquema de gasto en que venía desarrollando sus funciones. Durante los últimos cuatro años y ejerciendo con cuidado y firmeza la rectoría, se hizo un esfuerzo institucional por transformar la estructura del gasto y organizar la actuación financiera de la Universidad. Los resultados de estas medidas están a la vista: la Universidad se encuentra en una sólida posición financiera que le ha permitido, en los últimos años, realizar importantes inversiones en mantenimiento y equipo y, en el último año, establecer mecanismos de promoción de las actividades académicas.

Las dificultades no han impedido que la Universidad cumpla con sus compromisos con la sociedad. Es necesario observar que, en México, la Universidad Pública tiene compromisos concretos con el desarrollo material del país. En términos fundamentales, su contribución al desarrollo es gigantesca en cuanto realiza sus funciones sustantivas, al formar los cuadros técnicos y profesionales, producir la investigación científica y preservar y difundir la cultura.

En un entorno mundial de acelerada transformación y alta competitividad, donde el valor de la información y el conocimiento es creciente, las tareas del desarrollo hacen que las funciones de la Universidad adquieran una nueva importancia y deban obtener un mayor reconocimiento tanto de la sociedad como del Estado.

Por otro lado, es necesario considerar que la Universidad es un centro de crítica y de reflexión sobre la realidad y, en estos términos, es un espacio de desarrollo intelectual donde se debaten proyectos e ideas. En este sentido, la Universidad Pública ha sido un lugar privilegiado para la promoción de valores y actitudes, la formación de proyectos sociales y el desarrollo de formas alternativas de pensar la realidad. Sin embargo, la competencia de otras instituciones y otros mecanismos de socialización en este campo, ha desplazado la centralidad de que gozaba la Universidad. Es necesario que la Universidad reordene sus relaciones con la sociedad, mejore su credibilidad y sea capaz de participar efectivamente en estas tareas fundamentales para el futuro de México.

Establecer nuevas formas de relación con la sociedad significa encontrar mecanismos que permitan adecuar el cumplimiento de las funciones sustantivas de la Universidad a las condiciones y necesidades de la sociedad en un doble aspecto: las necesidades futuras, tal como las podemos reconstruir en una prospectiva, y las necesidades más urgentes e inmediatas.

Las necesidades más evidentes de la sociedad son las de los más desfavorecidos y, en este sentido, muchos esfuerzos de sectores importantes de la comunidad se han dirigido a realizar acciones de promoción social de carácter asistencial, en algunos casos, y con proyectos más globales, en otros. Sin embargo, se han dejado de lado muchas tareas que son propias de la Universidad y que significan verdaderos aportes a la calidad de vida de la población. En este sentido, deberíamos analizar la conveniencia de centrar algunos de nuestros esfuerzos en proyectos académicos que por sus resultados redunden en mejorar la calidad de vida. En esta línea, enfrentar los problemas inmediatos de la ciudad en materia de vivienda, agua, aire, transporte, morbilidad, como problemas académicos y proponer soluciones practicables en distintas escalas, puede ser un camino más efectivo para promover la calidad de vida de la población.

En la otra vertiente, es necesario que la Universidad asuma un papel proyectual en la promoción del desarrollo futuro, especialmente en el impulso de la investigación, pero también a través de la docencia y la difusión de la cultura. Preparar el futuro significa leer en las necesidades de un país que se transforma: anticiparse en la formación de los profesionistas que serán necesarios en la próxima década, promover la investigación de las áreas y materias estratégicas para el desenvolvimiento autónomo de México. Todo esto en el marco de la creciente globalización e interdependencia en que se debate nuestro desarrollo.

Nuevos materiales, nuevos procesos productivos, nuevos mecanismos de intercambio y aceleradas transformaciones políticas, han trastocado la lógica en la que se desenvolvían las naciones. Comprender estos procesos y ofrecer opciones al desarrollo de México es uno de los compromisos más urgentes que la Universidad tiene con la sociedad.

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