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La comunidad
Los salarios para las universidades se mantienen igual que en años anteriores y su insuficiencia fue motivo de grandes reclamos y protestas. La huelga de febrero por mejores salarios fue un punto de enfrentamiento, fricción y molestia generalizada, a pesar de ello, durante el resto del año hubo una actitud de interés por la vida universitaria: vida de trabajo y participación, de desarrollo de actividades propias de los programas académicos.
Esta actitud se reflejó en el trabajo regular y productivo de los órganos colegiados.
En la actividad del Consejo Académico el año fue fructífero, mejoró la capacidad de comunicación entre los colegiados y se obtuvieron mayores avances en programas de gran trascendencia. El presupuesto correspondiente a 1988 que el Consejo aprobó tuvo el doble mérito de ser elaborado con amplio conocimiento de causa, mediante un procedimiento eficiente, que dio por resultado planteamientos realistas y responsables, y de quedar integrado en la fecha más temprana en la historia de la Unidad, que estableció un récord y evidentes beneficios en la operación.
El asunto más importante a mi juicio de los que ocuparon al Consejo Académico fue la puesta en marcha del proceso de elaboración del Plan de Desarrollo de la Unidad mediante el lanzamiento de la convocatoria para integrar un diagnóstico, a cargo de la Comisión constituida por el Consejo desde el año de 87. La actividad fue lenta al principio, pero durante el año pasado cobró cierta dinámica y empezó a obtener resultados concretos.
Se trata de un proyecto que depende en gran medida del nivel de madurez, del interés por participar y la capacidad de organización de la propia comunidad: condiciones para crear realmente un proceso interactivo que recoja las inquietudes y directrices provenientes de la comunidad mediante la Comisión que conforma el Plan, y al mismo tiempo, procure que el resultado sea visto, confrontado, discutido, analizado y enriquecido por la comunidad.
Este doble repaso dará pie a una segunda aproximación diagnóstica y a partir de ésta, a una nueva confrontación del resultado ante la comunidad. El proceso que se gesta tiende a fortalecerse y hacerse permanentemente. En este ir y venir de mucho tiempo y muchas reuniones, se conformará una verdadera praxis operativa de planeación, con la garantía de la participación y la expresión de los intereses comunitarios.
Uno de los grandes fracasos de los esfuerzos de planificación estriba en que es una actividad que genera expectativas. La gente tiende a creer en la planeación a tal grado que confunde el plan con la realidad y llega un momento en que la conciencia generalizada supone que el hecho de tener un plan implica la solución total a los problemas detectados. Y no únicamente eso, sino que en una especie de acto mágico, cuando se aprueba un plan o conjuntamente se decide el plan que servirá para el desarrollo, se supone automáticamente que los problemas dejan de existir.
Y como esto desgraciadamente no es cierto, se genera una enorme frustración y rencor hacia la planeación que engañó masivamente a la gente haciéndole suponer que los problemas se iban a resolver.
Costará trabajo, pero será importante que entendamos que la planeación es un proceso vivo, permanente, que se realimenta en el curso del tiempo y va previniendo los acontecimientos, suponiendo un grado de cumplimiento bajo ciertas condiciones y generando los elementos para actuar sobre ellas.
Esto plantea forzosamente un mecanismo permanente. El Plan de Desarrollo de la Unidad es más una actitud y una forma de vivir y convivir que un documento o una decisión que marca un hito en un momento dado.
En mi opinión, lo más interesante en este proceso de planeación- sobre todo, dadas las condiciones de nuestro proyecto académico – es que obtendremos una visión clara e integral sobre la trayectoria que la comunidad elija para nuestra Unidad y que podremos comparar la trayectoria real con la deseable, resultante de la elección comunitaria. Esa trayectoria, conducida racionalmente, será radicalmente diferente al rumbo que la Unidad seguiría como producto de la inercia.
No olvidemos que la Universidad obedece a una inercia constituida: Nos conforman y determinan una serie de carreras establecidas, una cantidad de alumnos inscritos, un grupo de profesores contratados, personal administrativo, instalaciones, infraestructura, etc..
Entonces, suponiendo que queremos construir una universidad nueva, no podemos imaginar que partimos de la nada. Esta pudo ser la posición hace quince años, pero sería irrepetible en este momento.
En quince años de vida la universidad no se había concedido la oportunidad de elaborar un Plan de Desarrollo e instrumentarlo con programas anuales.
El proceso de planeación en que pretendemos involucrar a la comunidad es continuo; es una forma de trabajar, no un evento que tenga un final previsto para ocuparnos de otra cosa. Es también una forma de entender los problemas, una metodología para enfrentarlos y generar soluciones sobre la marcha.
La utilidad de complejo proceso planificador se comprende cuando percibimos claramente lo que podemos y lo que no podremos obtener. Esta certidumbre se convierte en una convicción donde la comunidad funda el compromiso maduro y responsable de emprender un camino, en la inteligencia de que una vez iniciado no tiene fin y de que sólo recorre con la finalidad de obtener mejor información y elementos para anticiparse a los problemas, como forma de comunicarse y concertar posiciones para avanzar.
En cualquier ejercicio de planeación ocurre lo mismo: Una primera fase implica definir con claridad la visión a largo plazo, de la cual se desprenden las grandes líneas por donde quisiéramos conducir nuestra acción. El corto plazo es mucho más concreto, preciso y claro, y los plazos intermedios son más difusos, pero indispensables para fijar el rumbo.
Un aspecto que estuvo latente durante mucho tiempo sin que le consideráramos la importancia que merece y que ahora se vincula estrechamente el Plan de Desarrollo de la Unidad es el que concierne a los espacios físicos:
En este momento se hace evidente que las instalaciones que tenemos – yo diría que en su totalidad, pero al menos en cierta medida – no corresponden a las necesidades académicas de la Universidad, evidencia que enciende una señal preventiva sobre la necesidad de estudiar en paralelo nuestros requerimientos de espacio. Es decir, conforme avancemos en la estrategia de desarrollo planificado de la Unidad, debemos también avanzar en la previsión de su expresión física.
Nuestra planta física resulta deficiente porque buena parte de las instalaciones, lo que llamamos “gallineros”, fueron concebidas como transitorias y en una etapa posterior de desarrollo se estimó que debieran volverse definitivas mediante inversiones adicionales, lo que dio lugar en algunos casos, a áreas poco útiles, mal resueltas y deficientes. Son las instalaciones actuales para algunas de las actividades básicas. Hecho del que debemos ser conscientes en esta etapa de previsión general.
Con el mismo criterio de la planeación, ¿Qué significa este modelo académico en términos de espacios? Podríamos dudar, si llevamos la interrogante a un extremo, de la pertinencia del espacio actual para la docencia del sistema modular: los tipos de edificio, de aula y de biblioteca que tenemos, ¿Son los más adecuados para lo que esta Universidad quisiera ser?
Así como planear debemos reconocer la inercia que generó el proceso, al considerar el espacio debemos partir de la planta física sobre la cual trabajamos. Se trata de un edificio urgente y difícil, dada la complejidad de las actividades y del grado de indefinición que entrañan.
A eso debemos sumar las emergencias de la investigación experimental, donde no hay –no puede haber- una visión clara de los proyectos futuros, que surgen de pronto. Académicamente quedan suficientemente justificados, pero requieren de ciertos espacios con los cuales no contamos porque era imposible preverlos cuando se construyeron los edificios, porque ni siquiera existían los temas precisos de investigación.
Creó que nadie duda que a pesar de eso debemos trabajar en los espacios de que disponemos y que es preciso ver con claridad hacia el futuro para exigir a cualquier nuevo proyecto de edificio la mayor adecuación a las condiciones reales en que opera esta Unidad.
No sería realista ni consecuente pretender que nuestra planta física se modificará radicalmente ante la escasez de recursos, pero hay que tenerla en mente al programar adecuaciones, sustituciones y modificaciones.
Lo importante es compartir y comprometer una estrategia: aún cuando no tengamos precisión, claridad y detalle en el mediano plazo, debemos tener un esbozo general del rumbo hacia el cual queremos caminar para dar los primeros pasos concretos con la seguridad de que nos orientamos hacia la meta que pretendemos.
Saber hacia donde dirigir el esfuerzo es la primera condición para decidir etapas sucesivas, con una periodicidad mayor – esto supone ejercicios anuales de programación-. Tener la precisión concreta de las actividades, procesos, acciones, costos, responsables, agentes y programas permite avanzar sin perder de vista ese marco general de mediano y largo plazo.
En este momento, en mi opinión, lo urgente es realizar la primera fase que nos permitirá aterrizar. Es precisamente la fase de estrategia general, para ver con claridad la imagen del largo plazo, hacia donde quisiéramos que la Unidad se dirija. En la medida que nos comprometemos con esta visión, así sea un documento muy elemental, dispondremos de un marco de referencia en el cual ubicar las actividades cotidianas, concretas y también más necesarias de programación, presupuestación e identificación de pasos menores.
La gravedad de nuestra situación actual se ejemplifica muy claramente con el siguiente hecho: la única normatividad escrita a la que debemos ajustarnos oficialmente es la que existe para la Universidad en su conjunto, lo cual, en principio, está muy bien: tenemos la mejor disposición para cumplir la legislación que se ha discutido en los cuerpos colegiados, que el Colegio Académico ha emitido y finalmente sirve para regular el funcionamiento de la Unidad.
Sin embargo, no tenemos ningún marco específico que norme la concepción académica de esta Unidad. Nuestro modelo académico –debemos reconocerlo- es algo francamente subjetivo que adopta características distintas en la mente de cada miembro de la Unidad, y si en la práctica registra avances, retrocesos y desviaciones es sólo en referencia a un modelo que pareciera ser compartido, pero que no está explicitado ni formalizado legalmente en ningún documento oficial de la Universidad.
Entonces, el primer objetivo de esta fase inicial del esfuerzo de planeación en la Unidad, a mi modo de ver debiera consistir en que nuestro Consejo Académico sancione un planteamiento equivalente al Documento Xochimilco que consigne con claridad, así sea sólo unas cuartillas, los elementos fundamentales de la concepción académica de la Unidad y las grandes líneas estratégicas para desarrollarla.
Si este proceso nos permite alcanzar esa meta, habremos dado un paso enorme en la planeación de la Unidad y a partir de allí podremos entrar en una etapa de profundización y definición en mayor detalle del objetivo del largo plazo; en el desglose de sus características más particulares. Pero antes debemos acordar el gran perfil general, estratégico, que en este momento, formalmente no tenemos.
Las definiciones del futuro tendrán que desarrollarse con los muchos años por venir.