I. Introducción
Cumpliendo con la responsabilidad que me impone la legislación universitaria y con el propósito de compartir con ustedes algunas reflexiones sobre el desarrollo reciente de nuestra Casa de Estudios, presento al Colegio Académico el informe sobre las actividades realizadas durante el año 2002 y el estado en el que se encuentra la Universidad Autónoma Metropolitana.
En este ejercicio se actualiza una de las más valiosas virtudes de nuestra Institución: la rendición de cuentas y la exposición de las actividades de la Universidad, sometiéndolas al juicio exigente, responsable, de la comunidad universitaria y de la sociedad en su conjunto. Las realizaciones de la UAM y sus perspectivas futuras, interesan de manera central a un México integrado predominantemente por jóvenes; una gran parte de ellos cifran sus expectativas de desarrollo en la fortaleza de las instituciones de Educación Pública Superior. Pero además, la formación de profesionistas y las capacidades de investigación científica y humanística de las universidades importan decisivamente al desarrollo general del país. Gravitan en el horizonte de nuestro porvenir histórico como posibilidades que han de potenciarse en el presente. Es por ello que este informe se dirige a la comunidad de la UAM y a la sociedad más amplia en que se inscribe, y sobre la que irradia su fuerza como institución central del saber.
Considero que el año 2002, primero de mi gestión en la Rectoría General, ha sido un periodo en el que se concretaron proyectos tendientes a consolidar actividades específicas que nos son sustanciales, en la docencia, en la investigación y en la preservación y difusión de la cultura. Se ha dado forma a nuevos proyectos orientados a garantizar la viabilidad institucional. Conservando el régimen interno de la Universidad, se ha avanzado en la realización de proyectos académicos que integran a las tres unidades, fortaleciendo la cohesión de nuestra comunidad.
Uno de los propósitos más señalados de mi programa de trabajo ha sido propiciar una mayor comunicación de nuestra comunidad académica, unir, ajustar y armonizar, en el horizonte universal del conocimiento que caracteriza la tradición de la Universidad, lo que en apariencia separa la profesionalización, la especialización científica, los campos de investigación. Los valores universitarios, la honradez intelectual, el rigor lógico, el examen empírico, la disciplina de trabajo, la generosa exposición de las ideas, la discusión racional, la transmisión de conocimientos significativos, provechosos, útiles, el interés por la ampliación de esos conocimientos, la disposición para el aprendizaje constante, en suma, la vida académica en un sentido pleno, se hallan por encima de la división del trabajo, las disciplinas y los diversos lenguajes de la Universidad. Se trata de un universo compartido, centrado en el conocimiento y en una ética de servicio a la sociedad, que es necesario fortalecer. Son valores que nos constituyen como Universidad, que nos otorgan identidad. En ellos reside nuestra fortaleza como comunidad universitaria; cobran su plena significación en vistas al porvenir.
La Universidad ha reclamado una creciente centralidad al interior de las sociedades contemporáneas, como institución privilegiada para la preservación y desarrollo del conocimiento científico y humanístico. En la medida en que el saber se ha convertido en un recurso necesario para la producción económica, la participación de la Universidad en el desarrollo tecnológico es cada vez más exigente, intensificando no solo sus tareas de investigación básica, sino también fomentando la investigación con un sentido práctico y aplicado que se vincula directamente con las necesidades sociales y el desarrollo económico de nuestro país.
Una sociedad que pretende construir una economía fuerte, requiere, necesariamente, del cuidado sistemático de su Sistema Público de Educación Superior. Esto es, una sociedad que en verdad se encuentre en condiciones competitivas en los mercados mundiales, con una economía que disminuya en grado considerable su vulnerabilidad ante factores externos, y que sea capaz de eliminar progresivamente los elementos que generan la reproducción de desigualdades en su interior, está obligada a fortalecer las condiciones que permiten el aprendizaje de sus miembros, el desarrollo de las potencialidades intelectuales individuales, el cultivo de programas de investigación científicos y humanísticos. Sin ello, el futuro de la sociedad estará irremediablemente amenazado, condenado al rezago y a la dependencia.
Es por ello que las universidades modernas han tenido que enfrentarse a exigencias urgentes en sus actividades de docencia, obligadas a la formación de profesionistas capaces por sus conocimientos pertinentes —habilidades técnicas, facultades creativas y aptitudes para el aprendizaje constante— para participar con dinamismo en un mundo laboral con requerimientos cada vez más altos y elevadamente competitivos.
Y es que hoy en día, cuando las sociedades contemporáneas son tecnológicamente cada vez más complejas, debemos ocuparnos de atender de modo adecuado las necesidades que el nuevo orden produce, esto es inobjetable sin embargo, ello no implica que debamos pensar en una Universidad que estreche sus propósitos y se reduzca, pobremente, a formar técnicos. Tenemos que pensar, sobre todo, en aumentar las capacidades de innovación tecnológica y en producir profesionistas comprometidos a colaborar en el desarrollo pleno de nuestra sociedad. La técnica, es claro, no es posible sin ciencia, y la ciencia no es nada sin inteligencia, disciplina, rigor, solidez y honestidad intelectual. En este sentido las universidades públicas son insustituibles, como catalizadoras del desarrollo económico y del progreso social. Pero este empeño quedaría incompleto, si no nos preocupamos por formar a cabalidad hombres y mujeres responsables, capaces de participar activamente en la vida cívica, ejercer el juicio crítico, cooperar solidariamente, atendiendo los compromisos adquiridos con una sociedad generosa, que les ha brindado la oportunidad de recibir una educación superior a la altura de los tiempos.
Tampoco debemos olvidar que una sociedad que desea construir una democracia sólida debe mantener una Educación Superior vigorosa que le permita formar ciudadanos convencidos de los valores, las normas y las actitudes esenciales para la vida civil, capaces de comprender el devenir de los asuntos de la vida pública. Una educación que dote al ciudadano de las herramientas para participar en los asuntos públicos no solo asimilando la información que los medios de comunicación le proporcionan, sino, además, capacitado para interpretar críticamente y poder elaborar así, explicaciones plausibles sobre el acontecer de la sociedad; sometiendo sus opiniones y puntos de vista a la discusión racional y al debate, ejercitando la libertad de pensamiento y expresión de manera plena. Las libertades inherentes a la democracia, sin un sólido sistema de Educación Superior, son libertades vacías, carentes de pertinencia social.
Sin duda estos son retos decisivos que enfrenta la comunidad de la UAM en su conjunto. Solo en sus valores auténticos, referidos a las virtudes de la vida académica, podremos realizar las empresas comunes que garantizarán la viabilidad de nuestro proyecto educativo. Para la cohesión de la comunidad universitaria, la identificación de desafíos y compromisos comunes es un imperativo.
Estoy plenamente convencido de que en la UAM tenemos los elementos y las condiciones básicas para enfrentar tales retos. Nuestros mecanismos institucionales hacen posible la desconcentración funcional de la Universidad, y permiten procesar en forma colegiada nuestras operaciones vitales, garantizan la participación de la comunidad universitaria y, por tanto, aseguran la autonomía de la Universidad. Son, sin duda, instrumentos especialmente adecuados para cumplir nuestros más señalados propósitos. A través de ellos, la UAM realiza una valiosa e intensa actividad de reflexión y discusión sobre nuestro porvenir. Un futuro solo concebible con una mayor integración, con un aumento de intercambios de la comunidad universitaria, estrechando los lazos que nos unen en los más elevados valores de la vida académica y que nos permitirán superar los retos presentes de la Universidad.
La recesión económica mundial en el 2002 y la ausencia de crecimiento de la economía mexicana durante el mismo período, el deterioro productivo y la dependencia de la renta petrolera, perfilaron una situación general de astringencia de recursos, a la que la UAM, como todas las instituciones de Educación Superior y de Investigación Científica y Tecnológica, tuvo que ajustarse y asimilar el impacto correspondiente. Las perspectivas positivas pero moderadas de recuperación de México para el 2003 y la incertidumbre prevaleciente en el orden y la estabilidad mundial al inicio de este año, no plantean mejores expectativas. Desde luego, estas condiciones definieron y lo seguirán haciendo, ciertos limites. Estamos obligados a diseñar las estrategias necesarias para garantizar nuestra viabilidad institucional. Por ello es preciso identificar la compleja situación en la que nos encontramos, detectar los problemas más urgentes, reconocer nuestras limitaciones y aprovechar eficazmente nuestras capacidades. Todo ello con el fin de orientar nuestros esfuerzos para cumplir con el compromiso que hemos adquirido con la sociedad, y que se expresa claramente en el desarrollo pleno de nuestras tareas sustantivas: educando, investigando y poniendo la cultura al alcance de todos, contribuiremos al mejoramiento sustantivo de nuestro país.
A lo largo de este año hemos mantenido el ritmo y la fortaleza institucionales que nos caracterizan; hemos logrado, además, evaluar con detenimiento nuestras capacidades, señalando con oportunidad los problemas más graves que enfrentamos. El contenido de este Informe es resultado de este detallado trabajo de análisis y evaluación. Presentarlo a la comunidad universitaria no es sólo producto de las obligaciones que emanan de nuestra reglamentación, constituye además una oportunidad para convocar a la identificación de retos comunes y al diseño de estrategias que nos permitan conservar nuestra fortaleza, para que con ello sigamos haciendo de la UAM una Casa abierta al tiempo.