RECTOR DE LA UNIDAD IZTAPALAPA
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Dr. Fernando Salmerón Roiz
(06 de marzo de 1978 - 08 de octubre de
1979)
Discurso pronunciado en su toma de posesión.*
Señor Presidente en turno de la Junta Directiva.
Señores Miembros de la Junta.
Señores Miembros del Colegio Académico.
Señor Rector General.
Señor Secretario General.
Señores Miembros del Patronato.
Señores Miembros del Consejo Académico.
Señor Secretario de la Unidad.
Señor Dr. Alonso Fernández, ex-Rector de la Unidad Iztapalapa.
Señoras y Señores:Mis primeras palabras son de agradecimiento para todos aquellos que de alguna manera participaron en el proceso que culminó con mi nombramiento como Rector de esta Unidad; para quienes sugirieron mi nombre ante el Consejo Académico; para este Consejo que lo puso en la lista, al lado de otros distinguidos universitarios; para el señor Rector General que formuló la terna; y para la Junta que, después de la labor de auscultación decidió nombrarme.
No me atrevería a cuestionar el valor de su juicio, pero quisiera decir que aunque estoy seguro que mis escasos merecimientos no justifican el honor que ahora recibo, puedo alegar en mi favor al menos dos cosas: algunos años de dedicación al servicio de la educación superior y de la investigación en las universidades, y puedo responder también de la firmeza de mi voluntad para ponerme, una vez más, al servicio de esta doble tarea.
En verdad no es una doble tarea; es un lugar común al menos en los medios académicos calificados, que las universidades deberían ser, a un tiempo, unidades de educación y centros de investigación científica. Yo me declaro partidario de este lugar común. Y repito a menudo que si se quiere que los profesores sean realmente capaces de transmitir conocimientos vivos, han de practicar la investigación; pero si se quiere que los investigadores no se pierdan en los aspectos rutinarios de su disciplina, sino que mantengan despierta su imaginación y sus aptitudes críticas, han de estar en permanente comunicación intelectual con los jóvenes capaces de aprender. En los progresos del conocimiento confluyen, apoyándose mutuamente, dos tendencias: la que busca un aumento en el saber y la que se cuida de su comunicación en forma unitaria y simple.
Servir a la educación superior equivale a contribuir a disponer las condiciones y hacer propicio ese lugar de encuentro de las generaciones que es la Universidad. Seguramente es posible hacer investigación científica fuera de la Universidad -se ha hecho durante siglos, se hace todavía. También es posible enseñar muchas cosas fuera de la Universidad, ella es solo un punto (aunque punto rutilante) del sistema educativo-, mas al margen de ella y por encima del sistema entero, es mucho todavía lo que se enseña. Pero lo que sólo la Universidad puede lograr es diferente: es un clima peculiar de convivencia entre individuos de generaciones diversas, si bien movidos por intereses semejantes; es una relación intelectual entre un grupo de hombres maduros con experiencia en la investigación de la verdad y un grupo de jóvenes empeñados en aprender a descubrirla por sí mismos.
Esta relación y este clima es lo que se suele llamar vida académica -y en ella se da una investigación científica que no está al servicio del poder ni se orienta por intereses egoístas. Y se da una forma de educación que no se limita a la transmisión de informaciones o al mero desarrollo de habilidades, sino que alcanza -en el ejemplo vivo- el límite más alto de la conciencia crítica. El arte de organizar y dirigir instituciones universitarias consiste en procurar este nivel superior de libre investigación y de enseñanza, iluminado por la imaginación y la conciencia crítica. Y esto requiere de la relación permanente entre hombres con diversidad de experiencias y con cierta variedad en su orientación y en su formación previa.
No es el momento de intentar una descripción de las condiciones de vida académica y de sus variadas formas de regulación. Sin embargo, me siento obligado a expresar, siquiera en términos muy generales, aquellos principios con cargo a los cuales he trabajado muchos años sin que los tropiezos de la experiencia adversa me hayan convencido, hasta ahora, de la necesidad de cambio. Se trata de dos principios ideales, sin duda cercanos a los del viejo liberalismo, que aquí sólo cuentan para el ámbito interno de la Universidad, y que permanecen explícitamente en el articulado de nuestra Ley Orgánica. El primero es la libertad -de pensar, de creer, de expresarse y de seguir las propias inclinaciones de acuerdo con nuestra concepción del mundo e ideología política-. El segundo es el ideal de una comunidad democrática en el sentido de la participación activa de todos sus miembros, organizada por representación en diversos niveles de decisión o en estructuras de autoridad y no fundada en desigualdades de poder.
Se dirá que la Universidad no es solamente una comunidad académica, sino también una realidad que desempeña un papel dentro del conjunto de la sociedad. Se dirá también que, como parte de nuestro sistema educativo, la Universidad no contribuye a la unidad social sino que fortalece las barreras y opera como instrumento clasificador de los individuos en la medida en que les proporciona o les niega más altos niveles de adiestramiento.
Los universitarios sabemos que esto es verdad y que por esto es posible explicar muchos aspectos de la crisis de la Universidad en el mundo. Nuestra realidad es primariamente, el mundo social -pero este mundo es también objeto de investigación científica en todo el detalle de sus instituciones, y debemos ir a él en busca de respuestas racionales; la crisis de la Universidad como institución es una de las más graves que nos plantean los tiempos que corren -y no podemos vivir a espaldas de los tiempos.
Por la experiencia de la generación adulta; por la fuerza imaginativa de la nueva; por su capacidad investigadora; por la disciplina de la educación que alcanza los límites más altos de la conciencia crítica, la Universidad puede someter a estudio su propia actividad y cuestionar -en busca de respuestas racionales- las funciones que cumple en la vida social como parte del sistema educativo. Y todo sin alterar los dos principios de la vida académica, sino justo usando las condiciones que ellos ofrecen.
Cuando se me invitó aceptar que mi nombre figurara en la lista de los posibles candidatos de la terna para la Rectoría de esta Casa de Iztapalapa, apenas he tenido que reflexionar un par de días. Se me ofrecía la oportunidad de convivir con los miembros de una institución nueva, con especial dedicación a la educación de los jóvenes y señalado interés en la investigación científica, pero sobre todo, con una específica vocación para enfrentar los problemas que nuestro tiempo impone con urgencia -como éste del futuro de la Universidad que he usado ahora de ejemplo. No en vano la traducción literal de las palabras del náhuatl que dieron origen a su lema, dicen que la Universidad Autónoma Metropolitana es la Casa orientada al rostro del tiempo.
*(transcripción de la Memoria de El Colegio Nacional, Tomo IX, No. 1, correspondiente a 1978)